Oigo una estridente, irritante e inculta voz gritando cada poco tiempo, cual coletilla después de una frase, un "¡¿vale?!", seguido de una atronadora ovación de un público que no llega a mansa ovejilla, ansioso porque le den algo que aplaudir y no pensar, no vaya a ser que quemen glucosa innecesariamente.
Oigo a una pandilla que se hace llamar periodistas la mayoría, entrevistadores los menos, hablar de otras personas como si las conocieran mejor que su propia madre, o hasta mejor que ellos mismos. Preguntando, cuando dejan de gritar un momento, a una persona que, por regla general, tiene aún menos luces que ellos, cosa difícil de cojones por cierto, sobre escándalos sexuales de su vida, del tamaño de la polla de sus novios, de si es, y cito textualmente "macho o medio macho", y mil mierdas similares.
Oigo a un presentador que por lo único que esta ahí es porque se la sabrá chupar bien a Vasile, porque solo hay que escucharlo para darse cuenta de su nula calidad como presentador o para llevar un programa, discutir con sus propios compañeros, hacer chistes malos e interrumpir a los becerros que suelen llevar de entrevistados mientras hablan hasta el punto de llegar a ser hostiable.
Pero sobre todo oigo una vocecilla en mi interior, clamando al cielo, preguntarse donde cojones ha quedado la calidad de una televisión que si bien antes era mala, ahora es una soberana cagada.