Los delfines ya no querían seguir viviendo.
Estaban tristes, muy tristes, por la desaparación de Abela la morena, la primera dama del club delfinesco de Irún.
Era una gran señora, o delfina mejor dicho.
Siempre amable, muy graciosa, y con los pobres generosa.
Una fea damisela, cierto, pero no todo iba a ser bonito,
al igual que los bebés no siempre son cabritos.
Como iba diciendo, los delfines estaban depres.
No comian, no saltaban,
¡si ni siquiera buceaban!
Ahí se pasaban todo el día,
flotando en la orilla,
a la dura y larga espera
de que un alma caritativa
los cociera a la salmuera.
¡Que dichos serian!
si para algo más sirvieran
que para dar brincos en la marea
y divertir a niños de feria
Dios, como lo ansiaban,
igual que un vampiro el día
ver por fin a Abela
o cocerse en salmuera
Poco les importaba
porque como ya dije anteriormente:
¡que depres estan los delfines,
que ni piensan cabalmente!
Ignacio Claver, destroza poesias nivel amateur