La muerte odiaba los casos de suicidio. Y odiaba a los
negociadores. ¿Por que alargar el proceso si iban a
palmarla de todas formas? Menos mal que normalmente bastaba con enseñarles la guadaña, una sutil amenaza o, en casos más extremos, un severo empujón para terminar la faena y volver a casa. Porque sobre todas las cosas, lo que la muerte más odiaba era perderse
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